El pueblo, sabio y paciente, en las palabras de Alí Primera, desafiará al poder del Estado este 28 de julio, en un capítulo memorable de la historia venezolana. No es contra Maduro con quien se enfrentarán las fuerzas democráticas, sino contra el ejercicio inescrupuloso y corrompido de un Leviatán, que no cesará en su propósito de mantener a toda costa una hegemonía política al servicio de una funesta camarilla, enquistada hace ya 25 años.
Tortuoso ha sido el camino de ese gran David, hecho pueblo y sangre, en su empeño por reconquistar de nuevo la democracia. En una perspectiva a partir de la <> (History from below), en la microhistoria de los ciudadanos de a pie, en esa pedagogía de la resistencia en la que hemos sido obligatoriamente educados, atentos estamos frente cualquier engañifa que aspire apartarnos de la ruta electoral.
¿Qué otra jugada abyecta prepara el gobierno antes de la elección? Este noble pueblo juega con un puzzle en cada maniobra (incluso frente a los desafueros del sectarismo, presentes en las propias fuerzas de la oposición que ponen en peligro la contundente victoria que presagian las encuestas).
El candidato de esta gran nación no es otro que la aspiración inquebrantable del reencuentro con el progreso y la libertad. Y cuando se debate acerca de los liderazgos nacionales, no hay que buscarlos en el surgimiento de nuevos mesías; sino en los hombres y mujeres que todas las mañanas asisten a sus puestos de trabajo; quienes llenan de esperanza las aulas de clase en universidades y escuelas del país; quienes ofrecen salud en quirófanos y consultorios de cada hospital; aquellos que generan bienes y servicios en las empresas que han decidido apostar por Venezuela; en esa gran masa anónima que hace posible seguir creyendo en el cambio.
Edmundo González Urrutia será el depositario de la soberanía de una nueva nación. No es ni puede ser la candidatura de ningún mesianismo, sino el reflejo de un país plural, movilizado, que rechaza el adormecimiento ciudadano; aquel que en la acción de la denuncia reivindica los valores de la convivencia pacífica de la sociedad democrática. Edmundo será la posibilidad de todos, gracias al trabajo de todos y no de unos cuantos. Será en definitiva el David que vencerá a Goliat.