En el selecto grupo de dirigentes, predominaban las ideas conservadoras. Sin embargo, por razones pragmáticas, al ponerle nombre a la nueva organización, se usó el término “liberal” por la alta popularidad de este vocablo entre la población. Su proposición programática fue similar a las contenidas en las dos anteriores experiencias partidistas.
De cara a las elecciones presidenciales de 1897, el Partido Liberal Nacionalista lanzó como candidato, al líder carismático José Manuel Hernández, mejor conocido como “El Mocho”. Tenía fama de luchador tenaz contra las injusticias. Siendo bastante joven ingresó a la política. Ejerció oposición armada al gobierno de Antonio Guzmán Blanco. Desde entonces sufrió cárcel y exilio. Fue funcionario público en la zona sur del oriente venezolano. En 1893 ocupó una curul en el Congreso.
Pese a sus fracasos como conductor militar y conspirador, su popularidad siempre estuvo en ascenso. Hablaba con lenguaje sencillo. Tenía capacidad de persuasión. Entró de lleno a la campaña electoral ofreciendo un gobierno republicano, democrático, popular, federal, representativo, responsable y alternativo. Mantuvo en constante crecimiento su fama de buen orador. Su popularidad como hombre honrado, alcanzó niveles sin precedentes.
Visitó numerosas plazas públicas y dio encendidos discursos. Adornó sus arengas con un rosario de promesas. Llamó a sus partidarios a organizarse en defensa del voto y a convertirse en activos promotores del cambio. Escenificó ensayos electorales para enseñar a votar a sus simpatizantes.
Abogó por la libertad del sufragio, en forma directa y secreta, ejercido por todos los ciudadanos mayores de dieciocho años. Prometió igualdad ante la ley y castigo a los funcionarios delincuentes, sin reparar condición social o jerarquía del cargo desempeñado, así como hacer efectiva la independencia de los poderes públicos. Defendió el derecho de la gente a estar oportuna y debidamente informada. Consideró una necesidad, la interconexión de todas las poblaciones mediante variadas vías de comunicación.
En un país de pocas imprentas, logró editar más de cuarenta periódicos, a lo largo del territorio nacional. Sus promesas electorales las publicó en forma epistolar con su firma. Creo novedosas iniciativas de propaganda. Tenía en su haber la experiencia vivida en los Estados Unidos en 1895-96. En ese país observó de cerca las disputas electorales entre demócratas y republicanos. Conoció de seductoras herramientas publicitarias para conquistar seguidores.
La elección presidencial, correspondiente al período 1898-1902, cambió de manera significativa el estilo tradicional de hacer campaña electoral. Se inauguraron en el país métodos y técnicas modernas de promoción y organización de campañas electorales. Conferencias, mítines, giras por el interior, organización de comités electorales, todo esto va a moldear una jornada a imagen y semejanza de las celebradas en Norteamérica.
A diferencia de “El Mocho” Hernández, su contendor, Ignacio Andrade, carecía de reconocimiento político y tenía escaso don de mando. Su prestigio personal era mediocre. La conseja popular decía que era colombiano y lo apodó “El Cucuteño”. Su escogencia como candidato fue posible, gracias a la voluntad de su jefe, Joaquín Crespo.
Ante el cúmulo de desventajas, el oficialismo apeló a algunas artimañas, con el fin de ayudar a su favorito. Una de ellas fue difundir entre los votantes despistados que Andrade y Hernández, era una misma persona. Algunos incautos fueron víctimas de esta argucia. Luego de ejercer el voto, salían gritando ¡Viva El Mocho Andrade!
Los frecuentes abusos y el salvajismo oficial, no pudieron detener el ánimo creciente, a favor del “El Mocho”. La única manera de imponer el triunfo fue a través del chantaje y la violencia. Mientras Hernández andaba de pueblo en pueblo, difundiendo su mensaje y sumando seguidores a su causa, el crespismo se adueñaba de los centros de votación.
El primero de septiembre de 1897, se realizaron las elecciones. Bien temprano, los “colectivos” de aquella época, se presentaron armados de machetes a las plazas públicas donde se llevaría a efecto el proceso comicial. Se impidió el acceso a cuantiosos “mochistas” y no pudieron ejercer el derecho al sufragio. El fraude electoral se consumó de manera descarada. La voluntad popular fue groseramente alterada.
Ante semejante atropello, los “Nacionalistas” tomaron la calle para exigir respeto al deseo de cambio. La ira colectiva fue contenida con el peso de las armas. Desde el mismo día de la votación, el Partido Liberal Nacionalista se dedicó a recabar pruebas y armar el expediente, con el fin de impugnar los resultados ante la Corte Federal. Se le dio instrucciones a las seccionales del partido para que enviaran a Caracas, constancias de las arbitrariedades cometidas.
Las denuncias cayeron en el vacío. El caudillo Joaquín Crespo, dos veces presidente y premiado por el Congreso guzmancista con el título de Héroe del Deber Cumplido, siguió con su plan de imponer, a todo evento, la insípida figura de Ignacio Andrade, como su sucesor. Tal desafuero, pisoteó el indiscutible arraigo popular de “El Mocho” Hernández. Desconoció la victoria electoral e impidió que su triunfo se consumara en las urnas electorales.
El Congreso Nacional se reunió el 20 de febrero de 1898. Realizó el escrutinio de los votos arreglados. Proclamó como vencedor al general Ignacio Andrade por una abrumadora ventaja. A los pocos días de conocerse el insolente fraude, “El Mocho” Hernández tomó el camino de las armas como respuesta a la voluntad estafada. El propio Joaquín Crespo salió personalmente a enfrentar el desafío “mochista”. Al poco andar, cayó muerto en combate, víctima de un certero disparo, en La Mata Carmelera, en las sabanas del estado Cojedes. En junio, el general José Manuel Hernández, es capturado por las tropas del general Ramón Guerra y lo trasladan a la cárcel de La Rotunda, en Caracas, donde permaneció recluido hasta octubre de 1899.
Se frustró así el último intento civilista y democrático de finales del siglo XIX. Se impidió por la vía del voto acceder al poder a un venezolano de indiscutible fuerza carismática, forzándolo a reincidir en infortunadas prácticas caudillescas y a transitar de nuevo el camino de las revueltas y montoneras, hasta la llegada de los “pacificadores” Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez.