La tristeza es un sentimiento inherente a la vida humana, una reacción natural que suele durar unos días o semanas y luego se va superando. Sin embargo, cuando se trata de un sentimiento persistente de tristeza, desaliento profundo, desesperación y/o un sentimiento de vacío, se debe sospechar de la presencia de un trastorno depresivo, el cual puede tener un efecto significativo en la calidad de vida de una persona.
La depresión es una de las enfermedades mentales más comunes en el mundo, afectando a millones de personas cada año. Sin embargo, a menudo pasa desapercibida debido que no se presta la atención necesaria a algunos cambios de conducta.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que en todo el mundo el 5% de los adultos padecen depresión, afectando más a las mujeres que a los hombres.
“Los factores desencadenantes de la depresión pueden estar ligados a la personalidad de una persona, carencias socioeconómicas, pérdidas (familiares, pareja, amigos o trabajo), así como la edad, la menopausia, la soledad, la falta de apoyo familiar, entre otros. La depresión no es hereditaria, no se transmite de padres a hijos. Sin embargo, sí se hereda la predisposición o vulnerabilidad a poder padecer la enfermedad. Esa predisposición aumenta el riesgo de sufrir la enfermedad, pero no significa que, necesariamente, la depresión vaya a aparecer. Para ello, es necesaria la presencia de otros factores desencadenantes que conduzcan a su desarrollo”, afirma la psicóloga María Elena Escuza, directora de la escuela de psicología de la Universidad Norbert Wiener.
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