Corrían los primeros días de junio en la turbulenta Alemania de 1934 cuando uno de los hombres más poderosos del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y del país deslizó una afirmación que poco después demostraría ser tan errada como fatal. “Si él (Adolf Hitler) cree que puede estrujarme para sus propios fines eternamente y algún día echarme a la basura, se equivoca. Las SA pueden ser también un instrumento para controlar al propio Hitler”, dijo frente a un grupo de allegados sin calcular a qué oídos llegaría.
Daniel Cecchini
El dueño de esas palabras era Ernst Röhm, el implacable jefe de las Sturmabteilung (SA) del partido nazi, a esa altura una organización paramilitar casi tan poderosa como el Reichswehr, como por entonces se llamaba el ejército oficial alemán. La afirmación de Röhm, por otra parte, también mostraba que la lucha por el poder dentro del país y del propio nazismo aún no había sido resuelta. Una disputa feroz que encontraría su sangriento final entre la noche del 30 de junio y la madrugada del 1° de julio de ese año, y que pasó a la historia como “La noche de los cuchillos largos”.
Nombrado canciller a fines de enero de 1933, para mediados de 1934 Hitler estaba lejos de acumular el poder que lo llevaría a ser el líder absoluto de Alemania en los siguientes diez años. Ya había logrado prohibir a todos los partidos políticos rivales y llevado al país a un régimen unipartidista controlado por los nazis, pero le faltaba controlar el ejército, que respondía al presidente Paul von Hindenburg, un prestigioso mariscal de campo cuya salud estaba para entonces debilitada.
En ese contexto, Ernst Röhm propuso fusionar – un eufemismo de subordinar – al Ejército con las SA. El jefe de los paramilitares no solo era uno de los iniciadores del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (nazi) y había participado en el Putsch de Múnich, el fallido intento de Hitler de alcanzar el poder por la fuerza en 1923, sino que era también amigo del führer, al punto de ser el único en su entorno que se atrevía a tutearlo.
También era uno de los pocos que cuestionaba sus políticas, a las que llegó a calificar de tibias. Su propuesta de subordinar a las Fuerzas Armadas a las SA, bajo su mando, le daría un poder enorme.
Unido por años de lucha a Röhm, Hitler se negaba a desplazarlo e incluso le toleraba su homosexualidad confesa, algo que a cualquier otro le hubiese costado la expulsión de partido. Pero otros líderes nazis, como Hermann Göring o Heinrich Himmler, comenzaron a conspirar contra él. Göring lo odiaba desde que se habían conocido, Himmler era en teoría su subordinado y veía en su desplazamiento una oportunidad para acrecentar su poder.
Más detalles en INFOBAE