A comienzos del siglo XX un movimiento encabezado por Cipriano Castro llegó a Caracas el 22 de octubre de 1900. Desde esa fecha hasta 1945, se entronizó en el poder el andinismo. Castro gobernó hasta 1908. Lo destronó su compadre y socio Juan Vicente Gómez y, desde ese momento, encabezó, hasta diciembre de 1935, la dictadura más larga de nuestra historia republicana. La nación, durante estos 27 años, vivió alejada del debate y la confrontación de opiniones. Ideas de partido y la política, se esfumaron de las conversaciones. En la mente de la población, no existían ambos conceptos.
Los intentos para derrocar a Gómez fueron frecuentes. A cada momento se ensayaban fórmulas practicadas en la centuria que lo antecedió. Resultaban inadecuadas y caducas a las nuevas realidades, como también lucían envejecidos y agotados, física e intelectualmente, los caudillos que las comandaban.
Siempre ha sido dura la lucha por conquistar espacios para la libertad. Continuar enfrentando el militarismo heredado de la emancipación seguía siendo un reto para quienes anhelaban un país de ciudadanos civilizados. Seguir en esta cruzada, se convirtió en un desafío. El objetivo era establecer un sistema político fundamentado en el libre juego de opiniones, la alternancia en poder y el funcionamiento de los partidos políticos opuestos y contradictorios. Muchos de estos iniciadores, a la postre, tuvieron en sus manos la responsabilidad de modernizar el país y sus instituciones.
En medio de aquella sociedad cerrada a las ideas, consecuencia de la acción férrea de una dictadura que no tenía compasión con sus adversarios, una luz apareció en el carnaval de 1928. Todo comenzó cuando un grupo de jóvenes integrado por el presidente de la Federación de Estudiantes de Venezuela, Jóvito Villalba, los universitarios Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Miguel Otero Silva, Guillermo Prince Lara, Joaquín Gabaldón Márquez, Inocente Palacios, Nelson Himiob, Clemente Parpacén y otros, se propusieron organizar una serie de actividades para obtener recursos económicos con el fin de fundar “La Casa Andrés Bello”. Una especie de fundación benéfica, cuyo propósito fue prestar ayuda a los estudiantes que, desde la provincia, venían a la capital a continuar sus estudios, además de ser un centro de lectura y discusión.
Con estos propósitos se preparó “La Semana del Estudiante”. Primero fue la marcha desde la Universidad hasta el Panteón Nacional en homenaje a los próceres de la Independencia. Luego vino la coronación en el Teatro Municipal de Beatriz I (Beatriz Peña), acto en el que se oyó al poeta Pío Tamayo decir: “… y el nombre de esa novia se me parece a vos: se llama LIBERTAD”. Rafael Angarita Arvelo habló en la casa natal de Bello y en la concentración juvenil realizada en la Plaza Rivas de La Pastora, le tocó el turno a Gabaldón Márquez. Jóvito Villalba clausuró la actividad en el Teatro Rívoli, la noche del 8 de febrero.
Esta inocente celebración estudiantil tuvo dimensiones políticas. La posteridad se lo ha ido reconociendo. Pese al rígido control gomecista, los discursos de los oradores difundieron ideas libertarias y civilistas. La barbarie instalada en Miraflores, lo consideró una afrenta y una provocación. Era el primer enfrentamiento serio de la rebeldía estudiantil contra el régimen. Se dio en aquella Caracas pequeña y de escasos habitantes. Una generación contestaria apareció y tuvo su primer contacto con la historia. A partir de entonces, este grupo de jóvenes jugó un papel relevante en los acontecimientos futuros.
Como consecuencia de este desafío, Betancourt, Villalba y Pío Tamayo son reducidos el 21 de febrero a la prisión de El Cuño. Ante las infructuosas gestiones de los dirigentes estudiantiles para lograr su libertad, y como gesto de solidaridad, más de doscientos estudiantes se entregaron a la policía ese mismo día y en la madrugada los trasladan en camiones al Castillo de Puerto Cabello. La indignación colectiva y la protesta popular por tal medida, obligó al gobierno dictatorial a conceder la libertad de los detenidos. Con estos episodios se dieron los primeros intentos de movilización política de origen urbano.
La desobediencia juvenil, tras lograr su primer éxito, se aventuraron a participar en la insurgencia del 7 abril del mismo año. Varios de estos estudiantes, entre quienes se encontraban Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, se apostaron frente al cuartel San Carlos en apoyo a los militares sublevados. De aquí en adelante, la cárcel, los grillos, el exilio y la muerte, fue el destino de algunos de estos valiosos iniciadores de la célebre gesta libertaria.
El largo silencio venezolano, impuesto a comienzos de siglo, se interrumpió con la mencionada protesta estudiantil. Osada contienda que el dictador la castigó duramente. Pero un nuevo país emergió. Habló y anunció su firme determinación de seguir luchando contra la tiranía. Entre los estudiantes y parte del pueblo, prendió de nuevo la idea de libertad. La necesidad de seguir desarrollando iniciativas políticas y culturales en beneficio de una sociedad auténticamente democrática.
Para aquel momento ya han transcurrido los primeros ocho años de la actividad petrolera. Las compañías transnacionales dedicadas a la explotación de este mineral, tenían fijado su centro de operaciones en el occidente y oriente del país. Hacia estas regiones se dirigieron las miradas de los desocupados y campesinos del resto del territorio. Las distancias comenzaron a ceder y se abrió paso un proceso de unificación nacional. Se puso en marcha un plan de vialidad para acercar las poblaciones remotas con el poder central, asentado en el eje Maracay – Caracas. Empezó a emigrar el campo a la ciudad. Se hizo irreversible el paso de la Venezuela agraria a la urbana.
Los años que van hasta 1936, transcurrieron con las cárceles llenas de opositores a la dictadura. Otros tomaron el camino del destierro. Encerrados en las mazmorras o viviendo con limitaciones en el exterior. Fueron tiempos de estudio y meditación. La idea de fundar un partido apareció con fuerza entre los exiliados que vivían en Colombia y en 1931, fundaron la Agrupación Revolucionaria de Izquierda (ARDI). Sus reflexiones las dieron a conocer a través de un documento conocido como el “Plan de Barranquilla”. Este manifiesto, con notoria influencia marxista, interpretó y resumió la evolución de nuestro pasado. Caracterizó al régimen imperante. Los redactores ofrecieron un programa mínimo de acción con el fin de oponerse a la dictadura. Abogaron por un gobierno civil y por el desplazamiento del caudillismo militarista. Asumieron la necesidad de una organización partidista para poder lograr los objetivos trazados en el plan.
Fue un programa político con profunda sensibilidad social. Su mirada estuvo dirigida a la fundación de un partido político nuevo, diferenciado de los llamados “históricos”: liberales y conservadores. También, de los partidos marxistas radicales, seguidores de la Internacional Comunista. Tomaron ideas venidas de afuera, pero con sentido crítico y atendiendo la naturaleza específica de nuestra realidad. La mayoría del grupo promotor serían más tarde los fundadores de Acción Democrática.
Del Plan de Barranquilla, tres ideas claves permanecieron invariables en la conciencia política de estos luchadores democráticos. El sentido social y popular de sus postulados programáticos. La preeminencia de la sociedad civil en la conducción de los asuntos públicos. Por último, la idea del partido político, como herramienta clave para hacer posible la Venezuela entonces soñada. Con estas tres ideas se buscó cerrar el ciclo del caudillismo militarista y dar paso a nuevas formas de lucha de incuestionable contenido civilista.
Otro documento de importancia para el debate ideológico escenificado en la primera mitad del siglo XX, fue ¿Con quién estamos y contra quién estamos? Elaborado y publicado por Rómulo Betancourt, en Costa Rica, en 1932. En este folleto, el joven Betancourt refutó las tesis regionalistas y anti andinistas esbozadas por Carlos López Bustamante y Rafael Bruzual López en el periódico anti gomecista, Venezuela Futura.
Rómulo utilizó este opúsculo, para dar a conocer su opinión en torno al fenómeno del caudillismo militarista venezolano, señalándolo como el responsable de la inmoralidad administrativa y de la supervivencia feudal. Asimismo, vio en Gómez, una consecuencia, una continuidad de los males que padecía el país. El problema no era tanto el caudillo como tal, sino las personas a su alrededor, sus panegíricos y defensores del gendarme necesario. Los grupos económicos aliados de la dictadura y la estructura de poder conformada bajo la égida del mandón tachirense. Desde el exilio costarricense, pareció intuir que para poder derrocar a un enemigo y triunfar sobre este, era necesario conocerlo a fondo y tener claro cuáles eran sus procedimientos.
Aprovechó esta reflexión el joven dirigente democrático para señalar algo crucial. La diferencia entre el partido único de la clase obrera, sugerido y promovido por la Tercera Internacional, y una estructura organizativa de claro corte poli clasista. Se inclinó por una organización con la participación de todos los sectores de la sociedad. Defendió el partido de masas y desechó el de cuadros, propuesto por Lenin. Sostuvo que el éxito de una agremiación con fines políticos, descansaba en la capacidad de sumar voluntades y tener masivo apoyo popular.
Desde ese momento, la incipiente socialdemocracia deslindó campo con los marxistas venezolanos. A pesar de esta importante diferencia, marxistas y demócratas marcharon juntos por largo tiempo, unidos dentro de la diversidad, en la búsqueda de específicos objetivos democráticos, escenificando un debate necesario y fundamental para los futuros desarrollos políticos que tuvo la sociedad venezolana y, particularmente el pensamiento político venezolano.
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