En los últimos días, Nueva York ha sido el escenario de una creciente preocupación por la presencia de una planta invasora que puede encontrarse en gran parte del estado. Se trata de la Heracleum mantegazzianum, comúnmente conocida como cicuta gigante, no solo es impresionante por su tamaño, sino también peligrosa debido a su capacidad para causar quemaduras dolorosas y lesiones visibles en las personas que la tocan.
Por La Nación
Las autoridades emitieron una alerta
El Departamento de Conservación Ambiental del estado de Nueva York (DEC, por sus siglas en inglés) emitió una advertencia urgente: “No la toques”. A través de su sitio web, los expertos destacaron los peligros de esta planta invasora y dieron una serie de recomendaciones para evitar el contacto.
La Heracleum mantegazzianum es una maleza nociva incluida en la lista federal. La ley del estado de Nueva York prohíbe su posesión con la intención de vender, importar, comprar, transportar, introducir o propagar. Esta planta puede crecer hasta más de cuatro metros de altura, con tallos huecos y estriados de hasta diez centímetros de diámetro, adornados con manchas de color púrpura rojizo oscuro. Sus enormes hojas pueden alcanzar hasta 1,5 metros de ancho y sus flores blancas, organizadas en cabezuelas, pueden crecer hasta 75 centímetros de diámetro.
El peligro de la planta invasora en Nueva York
El peligro de la también conocida como cicuta gigante radica en su savia tóxica. Según los especialistas del DEC, al rozar o romper la planta, se libera savia que, al combinarse con la luz solar y la humedad, puede causar quemaduras graves en un plazo de 24 a 48 horas. Este fluido contiene furano cumarinas, sustancias químicas que, cuando se combinan con la luz solar, provocan una grave inflamación de la piel conocida como fitofotodermatitis.
La reacción puede comenzar tan solo 15 minutos después del contacto, lo que deja como resultado ampollas dolorosas que se desarrollan en 48 horas y se vuelven oscuras y pigmentadas. Las quemaduras pueden causar cicatrices que duran meses o incluso años, y pueden causar una sensibilidad prolongada a la luz solar.
Lea más en La Nación