Y esta no es sólo una simple consigna electoral pegajosa, salida de la imaginación popular. Creo que es algo más que eso: una verdad que sintetiza lo que está ocurriendo ahora en Venezuela y lo que seguramente ocurrirá luego del 28 de julio próximo.
Porque, por una parte, resume el poderoso significado de una candidatura unitaria como la de Edmundo González Urrutia, apoyada por todos los partidos de la oposición democrática y muy especialmente por el amplio mundo independiente, así como por importantes sectores provenientes del chavismo, que también luchan por un cambio de la calamitosa situación nacional.
Creo que es la primera vez en nuestra historia electoral que una candidatura presidencial reúne a su alrededor un consenso tan amplio y diverso, que deja de lado posiciones ideológicas o de cualquier otro tipo para revestirse de un respaldo inconmensurable. Una candidatura nacional que, además, ha liquidado la anterior polarización política y partidista que siempre benefició al régimen y que hoy no existe para apalancar perversamente sus propósitos de continuar en el poder. Y esto no es cualquier cosa.
Se trata de una candidatura que transversaliza también todos los sectores sociales y económicos. El respaldo que suma González Urrutia es firme y sostenido, tanto en los sectores de menores recursos como en nuestra golpeada clase media, así como entre profesionales, profesores, maestros, jubilados, empleados, industriales, productores agropecuarios, obreros, campesinos y especialmente entre los jóvenes.
En los últimos días han anunciado respaldo a su candidatura otros sectores que no se habían pronunciado e, incluso, se ha producido el apoyo de dirigentes regionales de partidos judicializados, cuyos abanderados -como bien se sabe- están acordados con el régimen para confundir a su militancia a fin de beneficiar a este último. Por lo visto, esa estrategia siniestra tampoco les ha funcionado y no les funcionará.
Por otra parte, la candidatura de Edmundo ha terminado de descolocar al régimen y su derrotado candidato. De nada han valido las mentiras, falacias y canalladas inventadas por sus laboratorios de guerra sucia y repetidas por sus televisoras públicas y privadas, redes sociales y periódicos que se han plegado inútilmente al régimen.
Hay que destacar, a este respecto, la poca influencia de esos medios de comunicación social hoy en día, especialmente la televisión privada, que al negarse a darle espacios informativos y de opinión a la campaña de Edmundo y a María Corina, así como a sus equipos, han quedado al desnudo, demostrándose que ya no forman opinión ni son capaces de influir en la voluntad de la gran mayoría de los venezolanos.
Por eso mismo, las campañas cloacales del régimen contra Edmundo lo han convertido en un candidato de teflón, al que le resbalan ofensas y calumnias que nadie cree y cuyo talante de estadista, sereno, reposado y confiado marca una diferencia fundamental con el actual locatario de Miraflores, quien se muestra nervioso, desesperado, desabrido, incoherente, sin nada que ofrecer luego de estos 25 años de pesadilla y a quien muy pocos le creen todavía sus mentiras repetidas.
Edmundo González Urrutia ha demostrado ser un eficiente servidor público como hombre de Estado y diplomático de carrera. Su programa de gobierno será ejecutado en función de metas fundamentales como el diálogo, la paz y el desarrollo -los grandes ausentes de los últimos 25 años en nuestro país- y la atención prioritaria a las grandes mayorías para mejorar su calidad de vida, hoy peor que antes.
En este propósito fundamental priorizará la educación y la salud a todos los niveles, así como una mejora sustancial de sueldos, salarios y pensiones y en la prestación eficiente de los servicios públicos. Todo ello en medio de un ambiente de confianza plena para la inversión nacional y extranjera y de respeto a la propiedad privada y la capacidad de emprendimiento de los venezolanos.
Esa próxima gestión la garantiza González Urrutia por tratarse de una personalidad firme y responsable, partidario del entendimiento y el consenso, conciliador por naturaleza, es decir, el presidente apropiado para adelantar una transición tan compleja como la que se aproxima.
Por tales razones, no podrán contra la candidatura de González Urrutia por más que en estos últimos días la cúpula podrida en el poder y su derrotado candidato aumenten sus amenazas y malos augurios, hablen de “guerra civil y baño de sangre”, asomen tentativas de violencia, persigan y apresen a dirigentes opositores, apelen a una retrechería a la que pocos temen y digan que van a tomar las calles que perdieron hace rato. Ya no asustan porque se trata de un libreto repetido que, si bien antes infundía temor, hoy no lo hace.
Nadie duda, por supuesto, que pretendan una trastada de última hora, pero las cosas cambiaron para ellos y los venezolanos harán valer su voluntad soberana de cambio. El miedo que antes infundía el régimen en ciertos sectores se desvaneció, luego de estos 25 años de pesadilla. Sin embargo, quieren hacer ver que pueden utilizar la violencia del Estado contra el pueblo venezolano, y eso no será fácil. Pretenden que otros los respalden si intentan un fraude o cualquier otra treta, y eso sería complicado. Están descubiertos y desenmascarados y su capacidad de maniobra hoy está bastante limitada.
Este 28 de julio se cierra un ciclo histórico trágico y lamentable y comienza otro que esperamos sea brillante y luminoso para todos los venezolanos. Hoy más que nunca cobra vigencia plena aquella categórica admonición de Víctor Hugo: “No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”.