José Aranguibel Carrasco: Los que llegaron al Zulia y se quedaron (II)

José Aranguibel Carrasco: Los que llegaron al Zulia y se quedaron (II)

Toda una vida dedicada al trabajo dignificador lleva a Joaquin Soares a ser ejemplo que “no importa donde se nace sino donde se lucha”. (Foto: Cortesía).

 

Salió de Portugal hasta Venezuela
donde asegura que encontró el Cielo

Sumario: A sus 89 años, Joaquin Soares es un ejemplo de resiliencia, tenacidad y constancia que lo demuestra cada día, cuando llega a su taller de cerrajería a atender a cualquier cliente desesperado, porque dejó olvidadas las llaves dentro de su casa, que busca sacar una copia o cambiar el cilindro de seguridad de las puertas
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La mejor guerra no es la que se gana sino la que se evita. Eso lo saben los europeos que sufrieron muerte, hambre, frío y desolación antes y mucho después de la II Guerra Mundial. Cuando terminó el conflicto miles de sus hijos salieron a buscar en el resto del mundo una mejor calidad de vida. América Latina convertiría su suelo en el hogar de distintas nacionalidades que decidieron integrar sus vidas, culturas, costumbres y conocimientos al desarrollo de este lado del mundo.





Venezuela, poseedora de una excelente condición geográfica tenía escasa población, llena de riquezas y a la vuelta de la esquina estaría entre los primeros productores petroleros del mundo. Abrimos las puertas a la llegada de la inmigración proveniente del viejo continente, entre ellos, italianos, españoles, portugueses, alemanes, polacos, yugoslavos y griegos, quienes llegaron a un país, donde desde la época precolombina, ya se hablaba de la existencia de El Dorado.

Joaquin Soares, fue uno de ellos quien pisó tierra venezolana a la edad de 22 años cuando arribó al puerto de La Guaira en marzo de 1.957. Son ya 67 años que este portugués nacido en el pueblo Lavadores de Olival, Vila Nova de Gaia, cerca de Oporto, Portugal, decidió echar raíces en la Patria de Simón Bolívar. Vivió en Caracas ocho años donde contrajo matrimonio en 1.962 con Alicia (+) una gallega que estuvo a su lado hasta no hace mucho, con quien formó un hogar zuliano.

En 1.965 resolvió radicarse en el estado Zulia donde llegó con su esposa y su primera hija de diez meses, María Manuela. En la Tierra del Sol Amada nacerían Alicia y Carolina y con el transcurrir de los años la familia crecería con la llegada de los nietos. Está a la espera del advenimiento de su tercer bisnieto, cercano a celebrar sus 90 años de edad.

Soares es otro distinguido inmigrante nacionalizado que llegó al Zulia y se quedó en esta tierra bendecida por Dios y La Chinita, convencido que “no importa donde se nace sino donde se lucha” quien podría decirse que es merecedor de poseer un “Certificado de Zulianidad”

Cada día que sale el sol marabino, Joaquin Soares abre su taller desde muy temprano donde nunca falta el trabajo. (Foto: Cortesía)

“Yo hice mi familia aquí. Mi esposa ya falleció. Tengo tres hijas que están en Maracaibo y si tengo problemas toco la puerta y me resuelven. Tenemos hijos que nos van a cuidar si nos hemos portado bien. Me siento más venezolano que portugués, porque tengo aquí mi vida. Voy a cumplir noventa años ahora en diciembre y estoy trabajando”

A sus 89 años, Joaquin Soares es un ejemplo de resiliencia, tenacidad y constancia que lo demuestra cada día, cuando llega muy temprano a su taller de cerrajería a atender a cualquier apresurado cliente desesperado, porque dejó olvidadas las llaves dentro de su casa, que busca sacar una copia o cambiar el cilindro de seguridad de las puertas.

La travesía del barco “Santa María” tocó puerto venezolano en marzo de 1.957 donde ya cuatro de sus hermanos mayores estaban en el país. Antonio, José y Américo lo recibieron en La Guaira. No así Angelina, ese día, ocupada en su trabajo en Caracas donde con sus hermanos vivían en una pensión de unos paisanos.

En esa época, –dictadura de Pérez Jiménez — dice que logró su primer empleo ganando 210 bolívares semanales. Sus hermanos y él cancelaban cada uno siete bolívares diarios en la posada que les garantizaba hospedaje y tres comidas diarias que incluía en el menú salmón.

Era mucho dinero, recuerda, que ganaba desempeñándose en la construcción que era su actividad desde los doce años, cuando cada mañana, antes de salir el sol, caminaba casi dos horas desde el pueblo de Lavadores de Olival hasta Oporto, donde cumplía labores de ayudante de albañilería. El paso de los años maduraron su carácter y lo hicieron un hombre disciplinado que le permitió ascender, obtener y ganarse el grado de maestro de obras.

Vivió momentos difíciles

“En esa época”, dice, “Portugal estaba mal como muchos países, era la postguerra. Se vivía mal. Portugal no tenía riquezas. Vivíamos un poco del campo y de lo que produciamos. A mí a los doce años me pusieron a trabajar. Me paraban a las 5:30 de la mañana y caminaba a la ciudad de Oporto que era donde se conseguía trabajo. Se trabajaba desde las ocho de la mañana hasta las 5:30 de la tarde”.

“Hay recuerdos muy malos de pasar mucha hambre, frío. No había dinero para comprar calefacción. Nada de eso. Llegué a Venezuela en el año ’57. Fue como salir del infierno y llegar al Cielo. Llevo aquí tantos años y mi familia que me trajo al mundo ya no está. Uno viene al mundo porque lo trae un padre, una madre, pero ellos se van. Es la ley de la vida. Me quedan dos hermanos. Uno mayor que yo y otro menor que están en Portugal.

La actividad de la albañilería le permitió a él y a dos de sus hermanos ganarse la vida y ayudar en el hogar, donde su papá, Manuel Guedes Da Silva y su mamá, María Soares, habían procreado once hijos.
Decidido a no seguir soportando hambre, frío y necesidades, ante tantas carencias, Joaquin Soares comienza a pensar en serio en una mejor oportunidad para su vida que lo trajo a Venezuela en 1.957.

“Vine a Venezuela y trabajé de albañil desde el año ’57 hasta el ’65 en Caracas, Maracay y en San Carlos –Cojedes– en un pueblecito llamado Las Vegas, donde, por cierto, trabajé hasta diciembre del ’57. En enero cae Pérez Jiménez. Se paraliza prácticamente el país y estuve sin trabajo hasta julio o agosto de 1.958.

Afirma que un hermano de su esposa que era visitador médico en uno de sus viajes a Caracas, lo animó a venirse al estado Zulia. Lo pensó, analizó y decidió atender la propuesta de su cuñado quien le hablaba que había un “negocito” de oportunidad en venta. Tocando puertas logró conseguir un préstamo y dio el paso de asumir el reto.

Llegó a Maracaibo donde se quedó

“Un día me trajo a Maracaibo y me convencieron” dijo sonriendo, agregando que “compró el negocito que un amigo de él le estaba metiendo para que yo se lo comprara. Pedí prestado para pagar. Era un abasto y carnicería en la avenida 5 de Julio, esquina con la calle 71 que se llamaba abasto y carnicería La Residencia. Allí estuve hasta los años ’90 trabajando y en el año ’94 cambié de ramo a la cerrajería en lo que he estado trabajando”.

¿Y cómo llegó a ser cerrajero?

“Cuando estaba con el abasto me visitó un señor de Caracas y me ofreció una máquina para hacer copias de llave. Era un sitio muy bonito. Compré la máquina y ahí empecé a hacer llaves. Era el año 1.968. El negocio vendió muchas llaves cuando en Maracaibo el sector de la construcción comenzó a hacer muchas viviendas. Comencé con una máquina y hoy tengo seis que hacen diferentes tipos de llaves.

El aporte de Joaquin Soares a la tierra que le abrió sus puertas puede resumirse que a lo largo de 59 años ha sido el cerrajero de miles de casas, apartamentos, iglesias, colegios o negocios, grandes y pequeños de los sectores Santa María, El Paraíso y alrededores de la parroquia Chiquinquirá de Maracaibo. Levantó una familia zuliana y lo enorgullece mucho ser otro hijo de la Tierra del Sol Amada.

José Aranguibel Carrasco
CNP-5.003
Agosto, 14/2024