En un espectáculo más digno de un teatro de mala muerte que de una Corte Suprema, el TSJ demostró una vez más su ineficiencia y desprecio por la transparencia en su más reciente intento de “peritaje” electoral. Lo que debía ser una exhibición de rigor técnico y legal se convirtió en un penoso montaje que desnuda, sin pudor alguno, la miseria tecnológica y organizativa de la que adolece el poder judicial venezolano.
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Según fuentes internas al abogado Zair Mundaray, la presidenta del TSJ dio la orden de rescatar unas laptops desincorporadas para improvisar un set de filmación. Un ejercicio patético, si se toma en cuenta que Venezuela tiene el poder judicial más rezagado de toda Latinoamérica en materia de tecnología.
Este “peritaje” electoral es un insulto a la inteligencia y un reflejo del caos que impera en los tribunales del país. Jueces cercanos al proceso señalaron que las cortes carecen de los recursos más básicos: no hay internet, computadoras funcionales ni redes internas operativas. Todo se maneja de forma manual, utilizando teléfonos personales y routers propios para intentar conectar con una realidad tecnológica que les es completamente ajena. El colmo del absurdo es que ni siquiera tienen impresoras ni papel para realizar sus funciones más elementales. En este desorden, el TSJ se atreve a llevar a cabo una “experticia” sobre el Consejo Nacional Electoral (CNE), un ejercicio que desde su concepción está condenado a reafirmar el fraude.
Las imágenes que han salido a la luz hablan por sí solas y son una prueba irrefutable del engaño. Las computadoras que el TSJ ha mostrado en su farsa de “experticia” ni siquiera tienen contenido visible ni un sistema operativo funcionando. Más insólito aún, no están conectadas a ninguna red institucional, lo que significa que cualquier dato que pretendan “verificar” no se está registrando ni compartiendo en ningún lado. Todos los puertos de las laptops están libres, lo que evidencia la total falta de preparación y seriedad. Para rematar el cuadro, ni siquiera tomaron la molestia de desenrollar los cables de los “mouse”, que permanecen enrollados tal como estaban cuando estos equipos fueron desincorporados hace años.
La desorganización no se limita a la falta de tecnología. El TSJ no tiene interconexión con otras instituciones clave del Estado, como el Saime, Saren, Intt, o Seniat. Todo se gestiona a través de oficios que pueden tardar meses o incluso años en ser respondidos. Esto es un verdadero retroceso en un mundo donde la digitalización y la interconexión son la norma. No es solo que carecen de la capacidad técnica para revisar documentos digitales; no tienen ni siquiera el más mínimo avance hacia la implementación de firmas electrónicas, expedientes digitales o agendas virtuales. Todo funciona bajo la lógica del papel, las grapas y archivos físicos, en una era que ya debería haber superado estas obsoletas prácticas. Para colmo, las pocas impresoras que poseen ni siquiera están conectadas a la red, y muchas carecen de cables de electricidad.
Finalmente, uno de los aspectos más grotescos de este montaje lo representan las hojas en blanco que se observan en una nota de VTV sobre la labor del TSJ, mientras los funcionarios pretenden escribir en ellas. Este detalle no solo evidencia la improvisación, sino también el desprecio absoluto por cualquier apariencia de profesionalismo o autenticidad. Un gesto tan burdo y vacío que deja en claro que, en el TSJ, todo es un show sin sustancia, un intento fallido de maquillar una realidad que ni siquiera se esfuerzan por ocultar.