La gloria para un tonto, por @ArmandoMartini

La gloria para un tonto, por @ArmandoMartini

Armando Martini Pietri @ArmandoMartini

Hay momentos en que nombres brillan como estrellas fugaces, iluminando el cielo de la memoria. Líderes visionarios, héroes que, con acciones y palabras, moldearon el destino de las naciones. Y, los recordados por razones menos nobles, víctimas de la gloria efímera que concede la fama sin mérito. 

La imagen parece sobreponerse al contenido. Las redes sociales han convertido la política en un entretenimiento, cuando la popularidad se mide en “likes” y “retweets”. La gloria ha perdido sustancia. El éxito e influencia política ya no se basa en la profundidad del pensamiento, capacidad de liderazgo o visión de un mejor futuro, sino en la habilidad para capitalizar la ignorancia. En este contexto, la gloria para un tonto no solo es posible; es cada vez más común.

Vivimos en tiempo de la percepción instantánea. Carismáticos y superficiales no son nuevos. Lo alarmante, es la velocidad con la que alcanzan posiciones de poder. La política, es un campo para la reflexión y el servicio público, transformado, donde el tonto hábil en la maniobra, se convierte en ídolo.





Carente de formación intelectual, utiliza un lenguaje simple y apela a las emociones básicas de la población, evadiendo complejidades que requieren análisis. En lugar de ofrecer solución viable a problemas sociales, económicos o políticos, recurre a la frase vacía y promesa ilusoria que cautiva a desilusionados y escépticos.

La gloria, en este caso, no es resultado de un liderazgo auténtico, de logros, sino de la capacidad para seducir, engañar y mangonear. Los medios de comunicación, que deben servir como guardianes de la verdad, -en algunos casos- se convierten en cómplices al engrandecer simplismos efectistas y sensacionalistas, reduciendo el debate a intercambios triviales, baladíes e insignificantes. 

¿Qué implica la gloria para un tonto? Una señal de profunda crisis en la democracia. Cuando los ciudadanos eligen a sus líderes basándose en la superficialidad, se pone en peligro el futuro de la sociedad. La falta de un liderazgo competente tolera decisiones pobres y resultados devastadores.

Pero, ¿es culpa del individuo que busca fama, o hay responsabilidad colectiva? En democracia, el poder reside en el pueblo, y es el pueblo que decide a quién otorga su afecto y estima. Si un tonto alcanza la gloria, ¿será señal de los valores que la sociedad ha decidido priorizar? Tal vez, la cuestión no sea la validez de la gloria para un tonto; sino, qué dice esa gloria sobre quienes la otorgan.

La glorificación del tonto, refuerza desamparo, miseria y mediocridad. Al premiar a los que carecen de integridad, sabiduría y experticia, se envía un mensaje: la excelencia no es necesaria para el éxito. Esto desincentiva a quienes podrían aportar una visión genuina y soluciones reales, mientras que alienta a los oportunistas a continuar el camino de la manipulación y el engaño. Reflejo de la trivialidad política, que, en lugar de valorar conocimiento, ética y moralidad, exalta la ordinariez, convirtiendo la política en diversión circense, en que, el contenido es irrelevante. 

La historia está repleta de figuras que alcanzaron el pináculo de la fama, solo para ser repudiados por su falta de rectitud. En la antigua Roma, el emperador Nerón es ejemplo emblemático de cómo la vanidad y abuso de poder pueden manchar la gloria, convirtiendo el recuerdo en advertencia. No es memorable por sus logros, sino por sus excesos y crueldad. Su “gloria” es, una lección sobre la fragilidad del poder cuando está en manos de aquellos, sin la virtud para ejercerlo.

Aunque los tontos puedan alcanzar la gloria, la integridad y verdad prevalecen. Los ciudadanos deben exigir más de sus líderes, no se dejen intimidar ni seducir por apariencias y valoren la profundidad de la bagatela. Solo entonces se revierte la tendencia y restaura la verdadera gloria, basada en gnosis, justicia, servicio público legítimo y obediencia voluntaria, porque, la obligada no es poder.  

La gloria para un tonto es una paradoja de la modernidad. Refleja la falta de mérito de quien la recibe, y la frivolidad de una sociedad que, en búsqueda de ídolos, eleva a cualquiera. La verdadera gloria no es un regalo que se concede, sino un testimonio de virtud, sabiduría y sacrificio. Atributos no comunes en la vida de un tonto.

Un concepto que, cuando se otorga con justicia, debe ser respaldado por un legado tangible, acciones que trascienden el tiempo y benefician a la colectividad. Sin embargo, cuando se concede a quienes demuestran dominio ligero, se vacía de significado; convirtiéndose en cascarón hueco, en una flor de papel que, aunque llamativa, carece de vida y permanencia.

@ArmandoMartini