El 6 de septiembre, el Wall Street Journal informó que “Chevron desempeña un papel descomunal en la economía venezolana afectada por las sanciones. El negocio de la compañía en Venezuela genera alrededor del 20% de las exportaciones nacionales de crudo y el 31% de los ingresos petroleros totales del gobierno…”
El 28 de julio, el candidato de la oposición democrática, Edmundo González, ganó las elecciones presidenciales con una victoria aplastante de dos a uno. El régimen de Nicolás Maduro se niega a reconocer la derrota y ha respondido con una nueva oleada de brutalidad y detenciones. Incluso hay una orden de arresto contra González, que ahora se encuentra escondido. Estados Unidos y otras democracias latinoamericanas y europeas, junto con importantes ONG, han declarado claramente que González ganó y han denunciado la reacción de Maduro.
Pero ¿cuál fue la reacción de Chevron? Más presión. El Journal informa de “reuniones con funcionarios de la Casa Blanca y del Departamento de Estado días después de las elecciones”. Los funcionarios de Chevron, continúa, “dijeron que su presencia en Venezuela refuerza los suministros petroleros mundiales y la seguridad energética de Estados Unidos” y “sirve a los intereses de Estados Unidos”.
Esto es una tontería. El mercado mundial del petróleo es de unos 105 millones de barriles diarios, y el hecho de que Venezuela produzca quizás entre 300.000 y 400.000 barriles más con la ayuda de Chevron que sin ella no afecta significativamente a los suministros ni a los precios. Hubo un tiempo en que, por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos necesitaba urgentemente el petróleo venezolano. Hoy, Estados Unidos es un exportador de petróleo y le va muy bien sin el petróleo venezolano.
Durante la administración Trump fui representante especial para Venezuela en el Departamento de Estado. Chevron también nos presionó en ese entonces; de hecho, su director ejecutivo se reunió con nosotros tres veces en 2019 y 2020, si mal no recuerdo. Chevron esgrimió los mismos argumentos, y los descartamos por considerarlos poco convincentes. Producir más en Venezuela bajo el régimen de Maduro puede haber sido en beneficio de Chevron, pero no de los Estados Unidos.
Eso sigue siendo cierto hoy. La recuperación económica venezolana y la prevención de millones de refugiados más de Venezuela dependen de una transición pacífica y negociada hacia la democracia. Los venezolanos necesitan alguna esperanza de que las cosas mejoren en su país o millones más se irán, sumándose a los aproximadamente ocho millones que ya se han ido. La economía nunca se recuperará bajo la mala gestión corrupta e incompetente de Maduro.
El Journal informa sobre el cabildeo de Chevron: “Chevron tuvo cuidado de no promover políticas específicas, según una persona familiarizada con las conversaciones. Pero su mensaje —que su producción petrolera debería continuar en Venezuela— ha tenido peso en la administración, dicen personas familiarizadas con el asunto”.
No hay nada de malo en el cabildeo de Chevron. Tiene derecho a ejercerlo y, por supuesto, a pedir acciones que beneficien a sus accionistas. El problema está en los funcionarios de la administración Biden, en quienes ese cabildeo “tuvo peso”. Hasta ahora, su reacción al atroz robo electoral por parte de Maduro y su nuevo régimen de terror ha sido con palabras contundentes, pero sin acciones.
La reacción adecuada debería ser la reimposición total de sanciones a Venezuela, incluidas las que afectan a Chevron y a las compañías petroleras europeas que también se han beneficiado de la suavización de las sanciones por parte de Biden. Esas actividades están beneficiando y financiando al régimen de Maduro incluso ahora que vuelve a tomar medidas enérgicas contra los venezolanos, y eso no debería permitirse. Estados Unidos debería aplicar una política que aumente la presión sobre el régimen de Maduro, no una que permita que las compañías petroleras lo ayuden a mantenerse a flote.
Este artículo fue publicado originalmente en CFR el 7 de septiembre de 2024