No creo que sea difícil comprender que quien se ve forzado a escoger entre una prisión miserable e inhumana y la posible tortura física y mental de los seres queridos, o un destierro que lo condiciona, se enfrenta a una elección muy difícil, en la que los pesos y contrapesos juegan con la voluntad, con los sentimientos y los valores, y en la que la vida y el sufrimiento de los demás tiene un precio que solo quien toma la decisión pude pagar. Por eso es válido suponer que a Edmundo González Urrutia le costó mucho acogerse a un asilo político que, si bien no es una prisión, se parece mucho, no a la Isla del Diablo sino más bien a una de esas pequeñas islas del Peloponeso a donde ya los atenienses enviaban a sus rivales políticos para apartarlos de la vida pública. Una vida que él ya había abandonado al final de su carrera como diplomático y a la que volvió forzado por las circunstancias y por el destino.
Lo que no deja lugar a dudas es el impacto político que su salida a territorio español tiene sobre el núcleo opositor liderado por María Corina Machado a quien el régimen de Nicolás Maduro ha venido aislando, primero, al irse deshaciendo de sus más estrechos colaboradores y luego con este jaque al rey que supone el asilo concedido por España al candidato más votado en las elecciones del pasado 28 de julio. A primera vista, lo que quizás ha desalentado más a los seguidores y votantes de la denominada oposición unitaria no es el hecho en sí mismo de que Edmundo González se haya marchado de Venezuela, dejando un vacio que ni la propia María Corina puede llenar, sino la ambigüedad de lenguaje utilizado por el diplomático en su mensaje de despedida o eso parece, hay quienes ya hablan de renuncia o abandono, y que se presta para una interpretación pesimista que da pie a considerar un escenario equivalente a unas tablas o empate en aquellas elecciones presidenciales, en las cuales no hubo un ganador, circunstancia por la cual habría que repetirlas; una posibilidad esta última asomada hace días por los gobiernos de Brasil y de Colombia, y que obligaría, de darse, a que el propio Nicolás Maduro renunciase igualmente a sus aspiraciones de ser aceptado como presidente reelecto. Si bien es cierto que un comunicado posterior leído por la hija de Edmundo González en el que se reivindica el respeto que merece la voluntad del pueblo venezolano expresado en las urnas y la continuación de la lucha hasta el final pareciera disipar las sombras y las dudas provenientes del anterior, habrá que esperar a que se produzca la esperada reunión con Pedro Sánchez.
En cualquier caso, se hace indispensable el reconocimiento mayoritario, tal como se hizo con Juan Guaidó en circunstancias muy similares en el año 2019, por parte de los países que conforman la Unión Europea y la OEA, si desea fortalecer internacionalmente la posición de Edmundo González, ahora que está varado en España y depende de lo que el Gobierno de Pedro Sánchez, quien ya anunció que no lo reconocerá como presidente electo de Venezuela, le permita hacer y, sobre todo, decir. Esto último, previendo que el asilo concedido pueda estar sujeto a alguna condición que desconocemos.
Si la España que gobierna Pedro Sánchez es una “guillotina seca” o simplemente un punto de partida dentro de la agenda política que todos los venezolanos esperan, lo sabremos muy pronto.