En tan solo dos meses, entre enero y marzo de 2003, seis personas fueron encontradas muertas en Madrid, España, y el pánico se desató en la sociedad española. Si bien no había un vínculo entre las víctimas, sí había dos puntos en común que las unía: todos habían sido asesinados a quemarropa, y al lado de sus cuerpos siempre se encontró una carta. La prensa terminó apodando al homicida como el “asesino de los naipes”.
Por: TN
La Policía lo buscó durante meses, intentando descifrar cuál era su modus operandi y qué lo motivaba a elegir a sus víctimas. Pero nada de ello prosperó.
Todo cambió el 3 de julio de ese mismo año cuando un hombre borracho se acercó hasta la comisaría de Puertollano. “Yo soy el asesino de la baraja”, le dijo al primer policía con el que se cruzó. Se trataba de Alfredo Galán Sotillo, un exmilitar de 27 años que había dejado de servir al Ejército por un trastorno de ansiedad.
La confesión generó un gran revuelo porque los investigadores habían pasado meses buscando descifrar la motivación detrás de los crímenes. Sin embargo, la respuesta de Galán Sotillo a esto fue contundente: “Me entrego porque estoy cansado de la ineficacia policial”.
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