A Kevin Solís le llamó la atención la muchacha carirredonda que llegó al avión discutiendo con una funcionaria. Iba molesta. Subió y la vio pasar apresuradamente por el pasillo rumbo al baño. De regresó ya venía con una gran sonrisa repartiendo abrazos. Se fijó en él y preguntó:
Por Infobae
–Vos sos Kevin, ¿verdad? – y le dio un abrazo fuerte.
La escena sería intrascendente si fuese una más de las miles que ocurren todos los días en los aviones. Gente que se conoce, conocidos que se reencuentran o encuentros intrascendentes. Pero, este era un vuelo especial, y aquel saludo sería el origen de una historia de amor nacida del dolor.
Era el 9 de febrero de 2023 y el avión, un Boeing 767 rentando por el gobierno de Estados Unidos para trasladar a 222 presos políticos que el dictador nicaragüense Daniel Ortega decidió expulsar del país.
Tres años y tres días en El Infiernillo
Kevin Solís era un joven universitario y tenía 20 años el 6 de febrero de 2020 cuando lo apresaron por segunda vez. Fue uno de los miles de estudiantes que participaron en las protestas contra el régimen de Daniel Ortega en 2018.
La presa política más joven de Nicaragua
Samantha Jirón, de 21 años, estudiante y activista opositora, no conocía a Kevin Solís, pero sabía de él. “Aunque uno no lo conociera, Kevin te dolía. A todos nos dolía Kevin. Kevin es de los casos más graves de tortura en Nicaragua, del 2018 hasta la fecha. Es imposible no tener empatía, no sentir dolor por todas las injusticias que se cometieron con él”, dice.
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