La humanidad está marcada por ciclos de poder, lucha, libertad y sumisión. En este complicado entramado, de los conceptos más perturbadores e intrigantes que emergen, el de la “indefensión aprendida”. Pero ¿Qué es?
Se refiere a la condición en la que un individuo, tras estar expuesto a situaciones inescapables de dolor, malestar o fracaso, acepta que no puede hacer nada para cambiar su realidad, aun cuando se le presente la oportunidad de escapar o modificar su entorno. Es el efecto devastador de una experiencia recurrente de impotencia, se asume que no hay forma de alterar la resulta, y se opta por la resignación.
Se traduce en desconexión entre el esfuerzo y el resultado percibido, lo que genera una sensación de inutilidad y desesperanza. Pero el fenómeno va más allá del ámbito individual. En el campo político, ofrece una herramienta para comprender cómo las estructuras de dominio perpetúan la sumisión y, en ocasiones, la complacencia ciudadana frente a la opresión o el autoritarismo.
Mandamases explotan principios de la “indefensión aprendida” para consolidar su autoridad. La repetición de narrativas de crisis, de fracasos inevitables o de una constante amenaza externa, socava la fe ciudadana en su capacidad para influir en el destino político. La apatía que caracteriza a las sociedades ante la corrupción, violencia, injusticia, violación a los Derechos Humanos, no es producto de la falta de interés, sino de la convicción de que nada puede cambiar.
Reforzado por instituciones que parecen impenetrables o por mecanismos democráticos que se erosionan con el tiempo, termina creando un ciudadano pasivo, que interioriza cualquier esfuerzo por generar un cambio es en vano. Una forma de control sutil pero devastadora: no se ejerce solo a través de la fuerza o represión, sino mediante la siembra de la desesperanza.
La indefensión se manifiesta en la consolidación de un Estado paternalista que ofrece soluciones superficiales a problemas estructurales. La ciudadanía, agotada por la ineficacia, se conforma con migajas, creyendo que son el único alivio posible. Esta dinámica perpetúa el statu quo, ya que quienes están en el poder no enfrentan una resistencia real y activa.
La lucha, no es fácil e implica un despertar colectivo, alimentado por la educación, activismo y, sobre todo, ejemplo de aquellos que, contra toda esperanza, profesan la posibilidad de un cambio. El papel de intelectuales, líderes sociales y medios de comunicación se vuelve crucial. No se trata de señalar problemas, también, de ofrecer relatos de esperanza, mostrar ejemplos tangibles de transformación y de empoderar personas para que se vean a sí mismas como agentes de cambio.
El poder de la “indefensión aprendida” reside en la mente. Destrozarla exige reconfiguración del imaginario colectivo, donde el ciudadano deje de verse como espectador pasivo y asuma su rol como actor principal en la construcción de su futuro. Proceso que no ocurre de la noche a la mañana; es trabajo constante de desmantelamiento de creencias que perpetúan la subordinación y pasividad.
Los movimientos sociales, cuando rompen la orfandad, desatan transformaciones políticas significativas. La Primavera Árabe, corrientes por los derechos civiles, luchas por la igualdad de género y justicia climática, entre muchos otros ejemplos, muestran cómo los pueblos, a pesar de décadas de humillación, opresión, negligencia, pueden sacudirse el yugo del fatalismo y tomar las riendas de su destino.
En tiempos de crisis global, la “indefensión aprendida” es enemigo silencioso pero omnipresente. Desigualdades y conflictos geopolíticos amenazan con sumir a la humanidad en un estado de parálisis. Es en estos momentos, cuando urge combatir la resignación y promover una visión de futuro donde el esfuerzo individual y colectivo sea visto como herramienta efectiva para el cambio.
No es un destino inmutable. Es una construcción psicológica y social que puede ser derribada con acción, conciencia y solidaridad. En nuestras manos está la potestad de transformar la narrativa, devolver a las personas la fe en su capacidad para influir en su entorno, y de, como sociedades, reimaginar un futuro donde la esperanza, y no la desesperación, sea la guía que ilumine el camino.
La “indefensión aprendida” recuerda la fragilidad del espíritu humano ante la opresión, pero también es un llamado a la acción. Muestra cómo el poder se sostiene no solo por la fuerza, sino por la construcción de una narrativa de desesperanza. Sin embargo, también invita a recordar que la resistencia, aunque difícil, es siempre posible. Los ciclos de mando pueden ser rotos, y el primer paso es reconocer la capacidad inherente para cambiar la realidad. En este acto de reconocimiento se encuentra la esencia de la verdadera libertad.
@ArmandoMartini