La brasileña Kamila Ferreira sobrevivió a una red de proxenetismo que ahora lucha por erradicar, desde su condición de activista por los derechos humanos de las mujeres y las niñas. Ha escrito el libro ‘España, la Tailandia europea’, una autobiografía en la que cuenta “sin maquillaje” la realidad de las cloacas de la explotación sexual en el país.
En una entrevista con EFE, se presenta como “víctima de abuso infantil, de incesto, de tráfico humano, de trata y de racismo”.
Su mayor deseo después de treinta años y ocho meses en el sistema de prostitución es la abolición: “Tengo fe de que no me voy a morir sin ver la abolición de la prostitución en España”.
Ella ha estado 26 años sumida en la cárcel del proxenetismo español, un país que es el primero en consumo de prostitución en Europa y el tercero en el mundo, sólo por detrás de Tailandia y Puerto Rico.
“Todo lo que pasa aquí está muy escondido pero sucede lo mismo que en Tailandia, aunque esté maquillado”, cuenta.
Esta activista nació en una favela de Sao Paulo. Allí las mafias no tardaron en lucrarse de la pobreza y, a los 14 años, emprendió el camino hacia la prostitución.
Tras muchos años de procesar sus inicios, ahora ya es capaz de nombrarlo en voz alta: Proviene de una familia proxeneta. Y su experiencia es que “nadie quiere una puta en casa”, pero luego no le hace ascos a los ingresos que genera.
Su familia vio una opción de salir de la pobreza canjeando a Kamila por un dinero. Tras varios meses por países de Latinoamérica recaló en España, pero hay otras zonas del mundo en las que ha estado y ni recuerda.
“Cuando estás en la prostitución no tienes tiempo para pensar en tu vida o en el lugar en el que estás, tienes demasiadas cargas familiares y sólo estás ahí para generar dinero mientras te presionan los proxenetas y la familia proxeneta”, relata.
La portada del libro es una foto en la ciudad española de Santa Cruz de Tenerife, el último sitio donde fue explotada.
“No ha sido fácil, he tenido que recibir mucha ayuda y terapia, también he tenido mucho miedo y he puesto mucho de mi parte, quería cambiar y aparecieron personas que me dieron la oportunidad”, recuerda.
Las secuelas son duras y el proceso de deconstrucción aún continúa: Este libro forma parte de esa terapia, al igual que su activismo.
“La prostitución jamás puede ser vista como un campo laboral para las mujeres, hago esto para que no repitan con otras niñas y mujeres lo que han hecho conmigo”, reclama.
Kamila pide responsabilidad en prensa o cine: “Cuando se habla de la prostitución se sacan fotos de las mujeres vestidas con ropas sexis y vulgares, perro nadie saca la cara de los proxenetas y de los puteros”.
Ella usa el término “violadores prepago”, ya que según ella el intercambio de dinero es “un lavado de cara para tapar una barbarie”.
“El hombre que va allí sabe que hay una historia de horror detrás de esas mujeres (…). Si tú quieres ayudar a alguien, le brindas la ayuda sin pedir una violación a cambio”, manifiesta.
Ante la dificultad para derribar a un gigante con tanto poder y que maneja tanto dinero, Kamila y el Proyecto Social Emargi ponen el foco en la educación, con charlas en colegios donde no sólo se habla de las víctimas sino que se pone el foco en evitar que los niños terminen siendo “futuros depredadores sexuales”.
“Los maestros de escuela son mis mayores aliados. Así como yo estuve treinta años siendo explotada sexualmente, hay puteros que llevan ese tiempo consumiendo, sería un milagro divino que ellos dejen la prostitución sin ayuda, es un vicio”, destaca.
Kamila insiste en no pintar “de color de rosa” la prostitución. “Nunca he conocido a una prostituta rica, los únicos que hacen dinero son los proxenetas”, comenta, a la vez que pide a la ciudadanía que no se dejen convencer por historias del tipo ‘Pretty Woman’.
EFE