Lo que pasa en Las Vegas no siempre se queda en Las Vegas. En la ciudad del juego, Donald Trump se sacó un as de la manga. Prometió que, si gana las elecciones del 5 de noviembre, lo primero que haría al asumir el cargo sería eximir de impuestos a las propinas. La propuesta, copiada luego por Kamala Harris, ya ha llegado al Capitolio de Washington. El candidato republicano ha ido paseando la idea por el país, pero insiste especialmente en ella cada vez que pisa Las Vegas, cuya área metropolitana concentra más de dos tercios de la población de Nevada y donde los trabajadores de la hostelería tienen un gran peso. Con 3,2 millones de habitantes, Nevada es el menos poblado de los siete Estados decisivos de las presidenciales, pero sus seis votos del Colegio Electoral pueden inclinar la balanza en más de una docena de combinaciones de posibles resultados.
Por El País
“Los trabajadores de los hoteles y la gente que recibe propinas vais a ser muy felices, porque cuando llegue al cargo, no vamos a cobrar impuestos sobre las propinas”, dijo Trump en junio en un mitin en Las Vegas. Añadió enseguida que lo haría “de inmediato”, “lo primero en el cargo”, una afirmación algo engañosa, pues no es una decisión que pueda tomar el presidente, sino que corresponde al Congreso.
Las propinas, con raíces en la Inglaterra del siglo XVI, no son en Estados Unidos una muestra de agradecimiento por la calidad del servicio, sino que se han convertido prácticamente en una obligación para el cliente y un sustituto o complemento del sueldo para el empleado. A principios del siglo XX, los camareros de algunos restaurantes de moda estadounidenses tenían que pagar al dueño por trabajar allí (y así cobrar las propinas). Las represalias a los que no aflojaban el bolsillo eran variadas y en Chicago la policía desarticuló en 1918 una red que envenenaba a los clientes poco agradecidos. Sin llegar a esos extremos, aún representan una parte sustancial de la retribución de los trabajadores de hostelería (y cada vez, de más sectores).
Aunque llena de contraindicaciones, la propuesta de Trump, a costa del erario público, daba en la diana. Las señales de alarma se encendieron para los demócratas y en su primer mitin en Las Vegas tras relevar a Biden en la candidatura demócrata, Harris dobló la apuesta. “Continuaremos nuestra lucha por las familias trabajadoras de Estados Unidos, incluida la subida del salario mínimo y la eliminación de los impuestos sobre las propinas para los trabajadores de los servicios y la hostelería”, dijo la vicepresidenta. “Kamala Harris (…) acaba de copiar mi política de no impuestos a las propinas”, arremetió Trump desde su red social, Truth. “No tiene ideas, solo puede robármelas”, añadió.
“Estamos encantados de que los candidatos presidenciales hablen de los trabajadores que reciben propinas”, señalaba recientemente en Washington Saru Jayaraman, cofundadora y presidenta de One Fair Wage, una red nacional que agrupa a 300.000 trabajadores de servicios y 1.000 propietarios de restaurantes. “Es importante para los trabajadores aquí en Nevada, y es importante para muchos trabajadores en todo el país”, admitía en Las Vegas, Ted Pappageorge, tesorero de la Culinary Union, el mayor sindicato de empleados de hostelería de la ciudad. Ambos, sin embargo, movían enseguida el foco.
“En Estados Unidos tenemos lo que se llama un salario submínimo, inferior al salario mínimo. Se puede pagar a alguien que cobra propinas solo 2,13 dólares la hora”, explica Pappageorge. “Es una barbaridad, pero Trump no dice nada sobre eso porque él es un empleador: le gusta pagar 2,13 dólares la hora. En cambio, Kamala Harris ha dicho: ‘Sabes qué, vamos a abordar los impuestos sobre las propinas. Queremos que sea justo. Pero también vamos a subir el salario mínimo para todos los trabajadores, incluidos los de las propinas’. Es completamente diferente. Por eso, Trump está equivocado sobre el tema y Kamala Harris tiene credibilidad”, añade.
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