En noches de opresión, la injusticia se erige como un muro impenetrable, y el peso del autoritario cae sobre el vulnerable. Los despojados de libertad física, truenan sus voces en clamor de justicia, elevando exclamaciones como portavoces de una realidad inquietante. Mientras, los que disfrutan de la aparente libertad, guardan silencio. Que los cautivos hablen y los libres callen, obliga a una reflexión sobre la naturaleza de la libertad, la responsabilidad ética y el adeudo moral.
En la cárcel, encuentran la independencia interior que permite alzar la voz contra el desafuero. Un acto de resistencia. El bien y la verdad, no pueden ser encarcelados. La represión libera un proceder ético que, sin ataduras del miedo al castigo, se expresa en magnitud. El déspota, en un infructuoso intento de silenciar, amplifica el eco de la desgracia que busca suprimir.
La historia muestra que, la penitenciaría es forjadora de conciencia y bastión de resistencia. De Sócrates en la Atenas antigua, Nelson Mandela en Sudáfrica, hasta las mazmorras de los regímenes totalitarios del siglo XX, la prisión es un lugar de ideas, que lejos de apagarse, se enciende con fuerza. Es en esa reclusión indebida e ilícita, donde se moldea la determinación inquebrantable de luchar por la justicia; hallando la claridad moral para hablar, aun cuando hacerlo signifique riesgo.
Sin embargo, mientras encuentran en el sufrimiento la fuerza para denunciar la iniquidad, aquellos que gozan de libertad optan por la afonía. No es simple ausencia de sonido, es consentimiento tácito ante la opresión. La comodidad abúlica e indiferencia, son elementos de la reserva encubridora.
¿Por qué enmudecen los libres? El miedo, es un poderoso inhibidor. Temor a perder el empleo, privilegios o seguridad, ser excluidos socialmente o sufrir represalias políticas puede paralizar. En una sociedad en la que el poder se ejerce sutil o brutal, alzar la voz en defensa de los oprimidos implica peligro. Pero también una desconexión emocional y moral. El ser humano, cuando no se siente afectado por la infracción, minimiza su importancia, desvía la mirada, convenciéndose de que su intervención no es necesaria. Sin embargo, también existe una dimensión psicológica: la disonancia cognitiva. Cuando creencias o acciones entran en conflicto con la realidad, se justifican las abstenciones para mantener la coherencia interna.
El silencio de los libres tiene consecuencias devastadoras, es una ingratitud a la libertad misma. Al callar ante la inmoralidad, se legitima el dolor de otros y contribuye a perpetuar sistemas opresivos. Si la libertad no se ejerce para defender la dignidad humana, ¿de qué sirve? ¿Cómo se puede considerar libre cuando otros son injustamente encarcelados por sus ideas? Aquí radica una de las preguntas que debemos hacernos como sociedad: ¿Qué tipo de libertad estamos dispuestos a aceptar si no implica la lucha activa por la justicia? La mudez erosiona los cimientos de la democracia y socava el principio de la participación ciudadana.
La libertad no puede concebirse como un bien individual, sino colectivo. Se es libre, en la medida en que se garantiza la libertad de los demás. El prisionero que levanta su voz desde el confinamiento no denuncia su propia situación, sino que apela a la humanidad común. Recuerda que, en un mundo injusto, la sordina de los libres es el encarcelamiento del espíritu.
Hay que romper las cadenas del miedo y la apatía que nos atan al silencio. Los grandes cambios sociales y políticos no han sido posibles sin la solidaridad activa entre los que sufren y aquellos que deciden no mirar hacia otro lado. Cada uno tiene un papel que desempeñar en la construcción de un mundo justo y equitativo. Mantenerse informado sobre las violaciones de los Derechos Humanos; brindar apoyo a las personas que sufren las consecuencias de la injusticia; manifestar rechazo a la dominación y exigir cambios; utilizar las redes sociales para difundir información sobre las arbitrariedades y movilizar a otros. La historia enseña que la opresión no puede sostenerse cuando los libres deciden hablar, actuar y resistir junto a los agobiados. Cuando hay unión, las voces se amplifican y el impacto se multiplica.
Como ciudadanos, tenemos el deber moral de hablar, ético de actuar y resistir. Imposible permitir que sean solo los presos quienes denuncien abusos. Hay que denunciar el atropello, alzando voces en defensa del decoro, la verdad, dignidad y libertad para todos. Solo entonces, la paradoja del avasallamiento se desvanecerá, y el verdadero significado de la libertad florecerá.
@ArmandoMartini