Pablo Escobar, el hombre cuya sola mención evocaba miedo en Colombia y en el mundo, no solo dejó una marca imborrable en la historia del narcotráfico. También dejó rastros de una vida privada llena de excentricidades, sobre todo en lo que respecta a su familia. Este lado casi desconocido del poderoso narcotraficante revela una extraña mezcla entre el amor de un padre devoto y los extremos impensables a los que estaba dispuesto a llegar con tal de complacer a sus seres queridos; y aunque muchos creyeran que su violenta personalidad se mantenía en todo momento, a puertas cerradas era un padre de familia al que le preocupaba el bienestar de los suyos.
Por infobae.com
En casa, Escobar era un hombre distinto: entregado a su esposa e hijos, especialmente a su hija Manuela, a quien consideraba la joya de su vida. La niña era el centro de sus afectos y no había límite, económico o ético, que no cruzara para satisfacer sus deseos. La riqueza que había acumulado le permitía una vida familiar rodeada de lujos y caprichos que sobrepasaban la imaginación. En una ocasión, escondidos en las montañas para escapar de las autoridades, Escobar quemó dos millones de dólares en efectivo para mantener caliente a su hija y evitar que muriera de frío. Un gesto desmesurado, propio de un padre desesperado, pero también de un hombre al que el dinero no le significaba nada si se trataba de proteger a su familia.
Aquella devoción que Escobar le tenía a Manuela, rozaba a la obsesión. Quería que ella lo fuera todo y no deseaba que ningún otro hijo desafiara su lugar en el centro de su vida. Se dice que, en una ocasión, prometió a Manuela que ella sería la “última hija de la familia Escobar”. Para cumplir su promesa, obligó a una de sus amantes a abortar, sellando un compromiso que consideraba sagrado. Pablo Emilio Escobar mantenía las promesas a aquellas personas que realmente amaba, incluso si algunas de ellas podían llegar a pecar de imposibles, absurdas o si eran moralmente cuestionables.
Pablo Escobar convirtió un caballo en unicornio para su hija Manuela
Posiblemente, uno de los episodios más perturbadores en los que demostró que para él no existían límites a la hora de ver feliz a la más pequeña de sus hijos, fue cuando Manuela expresó un deseo infantil y fantástico: quería un unicornio. Escobar, fiel a su costumbre de cumplir cualquier capricho de sus hijos, no se detuvo a considerar los límites de la realidad. John Jairo Velásquez Vásquez, conocido como Popeye, relató a detalle en su canal de YouTube esta impactante anécdota. El exjefe de sicarios y lugarteniente de Escobar Gaviria confesó haber sido responsable directo de 250 muertes y haber planeado otros 3000 asesinatos, hechos por los que estuvo preso.
De acuerdo con Popeye, Escobar ordenó a sus empleados comprar un pequeño caballo blanco para convertirlo en un unicornio, sin pensar en los efectos fatales que esto tendría en el animal. Le incrustaron un cuerno de toro en la frente y le añadieron alas de papel a los costados, creando una versión grotesca del ser mítico que la niña soñaba. No obstante, el caballo no resistió las heridas e infecciones derivadas de las modificaciones. El animal murió pocos días después, convirtiendo aquel capricho en un símbolo trágico de la vida de excesos y decisiones despiadadas de Escobar, incluso cuando se trataba de su propio círculo íntimo.
Las modificaciones hechas al caballo fueron superficiales y de poco cuidado, un juego de apariencias que ignoraba por completo el bienestar del animal. La improvisación y falta de sensibilidad llevaron a una consecuencia mortal. Las heridas que le causaron al animal se infectaron rápidamente, generándole un sufrimiento intenso. Sin el tratamiento adecuado, las infecciones se agravaron, dándole un triste final al pequeño caballo, dejando a la niña sin su “unicornio” y al entorno del narcotraficante colombiano con otra historia macabra de su vida excéntrica.
La pérdida del caballo pasó desapercibida para él, simplemente otro “sacrificio” en nombre de la felicidad de su hija, de acuerdo con Popeye. Para Escobar, su riqueza le otorgaba el derecho de cumplir cualquier deseo, sin importar el costo, incluso si ello significaba provocar el sufrimiento de seres inocentes en el proceso; un guiño de que el capo era determinante a la hora de sus decisiones, no importaba si se trataba de ser un buen padre o el mejor narcotraficante de aquella época.
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