Es notable el contraste en políticas comerciales entre los dos líderes de las primeras economías del planeta.
Aranceles, ha dicho Trump, “es la palabra más hermosa del diccionario”. Los concibe como medio para proteger y estimular la producción industrial doméstica, ampliar el empleo, y financiar su propuesta rebaja de impuestos. Trump ha ratificado su rechazo a la globalización y a cualquier multilateralismo, recordemos que su primera acción en 2017 fue retirar a EE.UU. del Acuerdo Transpacífico, decisión que cedió el espacio a China.
En su discurso de campaña amenazó a China con tarifas de hasta 60% y de 20% al resto de los países, con México en la mira. Política de sustitución de importaciones que, probablemente, pondría presión en los precios al consumidor, regresiva para los menos ricos y encarecería productos intermedios e insumos.
La de Xi Jinping es otra visión comercial, expansiva, ferviente partidario del globalismo y los acuerdos multilaterales, ha sido propulsor de estas políticas ante la Organización Mundial de Comercio. Ha creado la red comercial más extensa del planeta, es el mayor socio comercial de América Latina y mantiene acuerdos a nivel global con 140 países. Aplica aceptables aranceles de importación que oscilan entre 10 y 25%.
Para su propósito expansionista y, de paso, mejorar sus cadenas de suministro China ha empleado su músculo financiero en sembrar infraestructuras físicas: líneas ferroviarias, carreteras, centros de acopio, puertos. Estos últimos en número de ocho grandes puertos localizados en todos los continentes, en asociación con los países sede. Como ejemplo, este mes Xi inauguró el mega puerto de Chancay en Perú, con una inversión de 3.500 millones de dólares, que agilizará el comercio de productos de Perú, Chile, Ecuador, Colombia y Brasil, en buques de gran calado con ahorros de hasta dos semanas de navegación.
Las estadísticas revelarán en unos años los aciertos o no de la visión de cada uno de estos dos poderosos mercaderes.