La sala de reuniones de la convención de bomberos en Nueva Jersey estaba repleta, con un murmullo constante de voces entremezcladas. A lo lejos, Jerry Levey escuchaba sin prestar demasiada atención mientras inspeccionaba un camión. En su mundo, todo tenía una lógica práctica: herramientas ordenadas, protocolos claros, horarios bien marcados. Sin embargo, ese día, un simple encuentro casual rompió por completo ese orden.
Por Francisco González Tomadin | Infobae
Un hombre lo observaba desde el otro extremo. Jerry lo notó, pero no le dio importancia hasta que éste se acercó, con el aire de quien ha resuelto un enigma. ¿Sabías que tienes un gemelo? —le soltó sin preámbulos.
Según The Guardian, Jerry parpadeó, confundido. Nunca antes le habían dicho algo así. Era cierto que sabía que era adoptado, pero sus padres nunca mencionaron detalles sobre su origen, y él jamás lo cuestionó. Aquel bombero insistió, relatando que en su estación había alguien que era el vivo retrato de Jerry. Hasta el más pequeño de los gestos parecía calcado.
El comentario no fue en vano. Una semana después, la promesa de confirmar la teoría del extraño se materializó. Cuando Mark Newman entró en el cuartel donde Jerry trabajaba, las similitudes saltaron como un reflejo a la vista de todos. Pero no fue solo la apariencia: cada movimiento, cada postura parecía una coreografía sincronizada, como si hubieran ensayado juntos durante toda una vida.
Había algo más, algo profundo e inexplicable. Las coincidencias iban más allá. Según contaron en una entrevista con The Guardian, vestían de manera idéntica, con camisetas ajustadas y jeans desgastados. Ambos llevaban las mismas herramientas colgadas del cinturón, un detalle demasiado específico para ser azaroso. Más sorprendente aún era la voz: grave, precisa, con un tono que hacía que escuchar al otro fuera como hablar consigo mismo. No nos lo podíamos creer. Cada pequeño detalle nos unía aún más. Era como si fuéramos una sola persona que se había dividido”, contó Jerry años después.
La conexión fue inmediata y visceral. No se trataba solo de un hallazgo genético; había una afinidad que superaba décadas de desconocimiento. Comenzaron a compartir fines de semana juntos, alternando visitas entre sus hogares y sus estaciones de trabajo. Las bromas eran constantes, como si el tiempo perdido pudiera recuperarse a base de carcajadas.
Mark, más reservado, tenía una manera particular de demostrar su afecto: en pequeños gestos, como recordar los cumpleaños o insistir en pagar las cenas. Jerry, en cambio, era directo, explosivo y hablador. Esa dualidad los complementaba, haciendo que, juntos, fueran un equipo inquebrantable. Sus compañeros de trabajo comenzaron a llamarlos “los espejos”.
En su tiempo libre, hablaban de lo que significaba ser gemelos separados al nacer. Jerry, con una curiosidad recién descubierta, preguntaba por los padres biológicos que nunca conocieron. Mark, por su parte, prefería no ahondar en las ausencias, enfocándose en lo que habían ganado con su encuentro.
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