Nuestro pequeño punto azul en el cosmos; nuestra casa común, que llamamos Tierra y que en este siglo 21 se proyecta con una población cercana a los diez mil millones de habitantes, concentrada en un 70% en Asia; se amenaza a sí misma de “suicidio”. Nunca la humanidad había vivido una etapa de su historia tan dramática y conclusiva. La política y la geopolítica van a exigir como nunca el cese de las guerras, todo tipo de guerra, para evitar escaladas suicidas. Esta situación es totalmente nueva en la historia de la humanidad: la necesidad de la paz como último recurso de sobrevivencia de la especie.
Lamentablemente esta conciencia agónica de un apocalipsis general provocado por nosotros mismos no forma parte de la cultura y la conciencia colectiva. En general, cada país sigue mirándose el propio ombligo, la mentalidad aldeana y parroquial prevalece y en el fondo lo entiendo, porque el rico solo piensa en sus negocios, las clases medias en sus muchas dificultades y urgencias, y los pobres, obligados a la inhumana necesidad de sobrevivir en sociedades profundamente desiguales y gobiernos insensatos e irresponsables que no gobiernan, solo mandan y se enriquecen con sus amigos y allegados.
En América Latina y el Caribe, igual que en África, tenemos la fortuna de no tener armas nucleares y ello nos da una posibilidad de convivencia y paz entre naciones, un poco mayor que el resto de los continentes. Pero debemos trabajar para que nuestros países se eduquen y prosperen, para que la democracia y los derechos humanos prevalezcan en todas las naciones.