“Pero ninguna atrocidad es peor
que sostener una dictadura corrupta,
violadora de derechos humanos y
destructora de instituciones y economía”.
Milagros Socorro
La palabra atrocidades, así, en doloroso y degradante plural, en boca de un milico empoderado que asume, aunque a destiempo, que sus conmilitones las cometen a diario en perjuicio de civiles que protestan pacíficamente, en contra de la barbarie que él mismo defiende con furor, las hace más vergonzosas, de suyo repudiables.
Lo más atroz es que no vemos voluntad de corrección ni medidas de rectificación. Tampoco castigos para los atroces delincuentes que, prevalidos de armas, poder e impunidad, incurren en esas prácticas criminales. Nada más claro: tales atrocidades constituyen delitos, verdaderos crímenes que desnudan groseramente a la peste chavista que nos desgobierna, y por ello el pueblo pide justicia.
Conviene insistir en que la protesta tiene asidero constitucional, así como también expresar nuestra opinión y pensamientos, transitar por el territorito de la República, asociarnos políticamente, reunirnos con todo propósito que no vulnere el ordenamiento jurídico.
También es bueno recalcar, que la represión desmedida y criminal –se insiste en el carácter criminal de su actuación- de la barbarie no tiene base ni fundamento legal alguno que la sostenga. Por el contrario, toda una legislación nacional e internacional le impide (en teoría) y condenan el uso de artefactos y explosivos y toda esa clase de adminículos que, como se ha visto, son capaces de matar, de quitar la vida, de asesinar a los manifestantes.
Porque con la peste chavista, uno no muere ni fallece; tampoco nos vamos de este pícaro mundo y mucho menos caemos “abatidos”. No, claro que no. Nos asesinan. Así, con todas sus letras.
Con la desgracia dieciochoañera que encarna el virus aposentado en Miraflores, uno ni siquiera puede morir de muerte natural, porque hasta esa también escasea en Venezuela.
Porque si no es la mengua que nos alcanza por la falta de medicamentes que nos cure, está el hampa que acaba con nosotros impunemente. Y para más INRI, los efectivos militares, policiales o los mal llamados “colectivos”, verdaderos escuadrones de la muerte, también nos asesinan.
Las atrocidades son y tienen muchas caras, incluso las vemos cómo se producen desde esos organismos o instituciones identificados en las siniestras siglas cne, tsj, pnb, gnb y fanb, entre otras muchas. (Minúsculas ex profeso)
¿No es acaso una atrocidad darle curso a una peregrina convocatoria a una chimba “prostituyente”, como ha hecho el cne, sin que haya un referendo consultivo previo? Otra atrocidad es que el tsj desestime la acción del Ministerio Público, que pide aclaratoria sobre la sentencia de la sala constitucional que da luz verde ¿o roja? a Nicolast Maduro para convocarla, sin necesidad de la aludida previa consulta popular.
Sobre las otras siglas, ya mis estimados lectores se harán una idea del porqué las incluyo en esta nefasta lista, mientras el defensor del pueblo nada dice ni hace para detener esta masacre.
En mi país la poesía se desangra pesadamente entre la tumba con el humo del plomo y la pólvora Mientras algunos poetas cantan para congraciarse con el poder, la poesía se diluye en cada río de sangre inocente que corre por las calles y entre mares de lágrimas que cada día, al menos, conmueven.
¡Qué duda cabe! el hombre al defender los valores democráticos, la riqueza del pensamiento libre y plural no hace otra cosa que actuar en defensa propia. También al enfrentarse a la discriminación y a la intolerancia, no hace otra cosa que actuar en defensa propia.
El hilo constitucional sigue roto y sangrante, recorriendo adolorido por toda Venezuela, clamando ser reparado.
¡Defendámoslo!
Jesús Peñalver