Como muchas personas que crecieron en Estados Unidos en la década de 1980, me criaron para tenerle miedo a los extraños.
Por BBC Mundo
“No hables con desconocidos” estaba de moda en esos días. La preocupación de los padres y la cautela natural de la humanidad hacia los extraños se vieron potenciadas por la cobertura sensacionalista de los medios y la caída en picada de los niveles de confianza social, que florecieron en un pánico moral total.
Policías, maestros, padres, líderes religiosos, políticos, personalidades de los medios y organizaciones de bienestar infantil dejaron de lado sus diferencias y trabajaron juntos para difundir el mensaje de que interactuar con un extraño podría ponerlos en riesgo.
Si bien no hay duda de que algunas personas tienen experiencias traumáticas con desconocidos, el “peligro de los extraños” carecía de una base estadística real. Entonces, como ahora, la mayoría de los delitos sexuales y violentos contra niños (y adultos) son cometidos por personas conocidas de la víctima: familiares, vecinos y amigos de la familia.
Los secuestros por personas ajenas a la familia representan solo el 1% de los casos de niños desaparecidos reportados al Centro Nacional para Niños Desaparecidos y Explotados en EE.UU.
Pero se sentía real y por lo tanto era real.
¿Podría esta forma de pensar haber afectado nuestras interacciones en la vida posterior para muchos de nosotros? ¿Nos hemos perdido algo valioso?
Algunos expertos creen que enseñar a los niños que todas las personas del mundo que no conocen son peligrosas puede haber sido perjudicial.
La politóloga Dietlind Stolle, de la Universidad McGill en Canadá, argumentó que décadas de este mensaje pueden haber dañado la capacidad de toda una generación para confiar en otras personas. Esto es problemático: la confianza es clave para el funcionamiento de muchas sociedades.
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